viernes, 16 de diciembre de 2011

Amor de ensalada


No cabe duda de que los seres humanos y la demás vida del planeta estamos cada dìa más alejados, si bien es difícil para la mayoría de los mortales reconocer a un Ñu, mucho màs sería intentar dar de comer a una vaca o mantener con vida a cincuenta pollos durante una semana
Y si bien reconocer a los animales es todo un reto, mucho màs lo es intentar nombrar a las plantas, ya no solo las que crecen libremente en las praderas, ni siquiera las que se mastican en el plato de la ensalada
Así los berros, la hoja santa, la verdolaga o el cebollin son solo notas verdes y crujientes o suaves que aparecen en los bocados y que el sabor, muchas veces resulta tan desconocido para muchos como su nombre mismo
A pesar de este gran desconocimiento, mucho se habla y se intenta destacar la necesidad de que el hombre se relacione mejor y más con su verde medio ambiente
Por ejemplo, es bien visto que uno salga y acaricie a su perro, cargue a su gato, patee a un ratòn o dè de comer a los pajarillos y es casi inconcebible soportar a un ser humano hablando con una planta
Así, si usted decide armónicamente salir a hablar y saludar a las plantas que encuentra en su camino al trabajo no faltará quien le vea con sospecha pensando que tal vez apenas viene llegando de la borrachera nocturna y, lleno aún de alcohol en la sangre, ha confundido a la enredadera con su novia o al frondoso seto con su abuela
Y esto a pesar de que muchas doctrinas naturistas y ecologistas sugieren detenerse a hablarles a las plantas, saludarlas, acariciarlas para que crezcan y en muchos casos, se sabe que abrazando a un árbol éste absorbe la energía negativa del  abrazador llevándola hacia la tierra
De hecho, se dice que muchas culturas antiguas observaban esta práctica, ya que las enfermedades o los estados de ánimo alterados eran absorbidos por el árbol y hay quienes hoy día incluso le atribuyen poderes de rejuvenecimiento con solo recargar su espalda en el tronco
Si bien estas hipótesis parecen ciertas, algunos más se van al extremo, realizando peticiones específicas al árbol, oraciones preconcebidas, hasta detallan el encuentro algo asi como: mira atentamente al árbol, lentamente acércate (como para que no se asuste y se vaya) pon tu mano izquierda encima de su tronco, hazle algún comentario casual de cómo está el clima o si no hay muchas hormigas este año, crea confianza dando algunas vueltas alrededor de él mientras le rodeas con tu brazo, luego le abrazas y !zaz! le haces la petición de lo que necesitas, o sea, reproduce tus relaciones humanas en el pobre árbol.
Pues no, en realidad solo habría que abrazarlo, pero si ya estás dispuesto a tener este contacto con la naturaleza, las cosas no son tan sencillas
Si te detienes a abrazar a un árbol, lo mejor que podrán pensar quienes pasan será que uno está drogado o alcoholizado y está en espera de que en una de esas vueltas de la cabeza le pase su casa por enfrente, pero en el peor de los casos pensarán que la persona en cuestión acaba de escapar de un hospital psiquiátrico y es necesario regresarlo de inmediato antes de que comience a abrazar los demás árboles y palmeras de su casa
Por eso, aunque en un arranque emocional alguien vea con ojos de amor una bugambilia, un pino, una ceiba o un almendro, tenderá a aguantarse las ganas de manifestarle su amor, por lo menos mientras se cerciora de que no haya otros humanos alrededor ni mirando a través de las ventanas
Y si por equivocación alguien lo descubre abrazando con cariño algún eucalipto, de inmediato tendrá que mirar su zapato como quien se hubiera tropezado y al que el árbol le evitó estrellarse contra el piso.
Triste pero cierto, la relación con las plantas continuará centrándose en intentar reconocer la que ocupa un espacio en el plato de ensalada