Una imagen comienza a volverse común ahora en Mèxico: iglesias cerradas y, frente a sus puertas y ventanas, hombres, mujeres, ancianos -las màs de las veces-, hincados en la acera, en la calle, lanzando sus oraciones al cielo, porque en el templo es la hora de comer, de descansar, de hacer las cosas importantes.
Cualquier pregunta sobre los horarios tendrà una respuesta similar: “la iglesia se abre antes de la misa”, claro que media o una hora antes porque “a esa hora llega el padre a confesar”.
La señora Guadalupe recuerda con nostalgia su infancia en el estado de Hidalgo, en donde, dice, la iglesia permanecía abierta todo el dìa, fue en la iglesia de su pueblo en donde tomò sus clases de “catecismo”, donde le bautizaron y le dieron su primera comunión, fuè ahì donde se casò antes de dejar su tierra
A sus màs de setenta años recuerda vivamente las fiestas religiosas que reunían a todo el pueblo alrededor de la enorme iglesia de piedra con vistosas cùpulas, ahì dice, se establecían puestos de comidas, de pan, de dulces, atoles, juegos, y había una persona que junto con la comunidad organizaba esas largas fiestas que fusionaban los rezos, los cantos, la vendimia y la algarabía: el párroco designado a la zona.
Segùn doña Guadalupe los párrocos duraban muchos años al frente de sus iglesias, no eran oriundos del lugar, pero sin embargo al paso de los años nadie recordaba que venían de fuera.
Como en las antiguas películas, los párrocos permanecían en sus iglesias cumpliendo una diaria y larga función: orientar a la comunidad moral y espiritualmente, por eso, no era difícil que cualquier persona que pasara por un conflicto o duda corriera a la iglesia a preguntarle su punto de vista, que, de alguna forma, buscaba o derivaba en el bien común.
Era el párroco quien regañaba al borracho del pueblo, el que hacia recapacitar al hombre que abandonaba a sus hijos, el que fungìa como mediador en las peleas domèsticas, por eso, dice Doña Guadalupe, no habían “tantos malhechores”. Lo malo comenzó, dice, cuando empezaron a hablar de política y luego, a dejar de atender a las personas.
Doña Guadalupe se queda parada junto a la ventana, en esta iglesia pequeña y cuadrada, muy lejana de la enorme iglesia cerca de la que creció, y hoy como otros dìas, la puerta de madera està cerrada a sus oraciones que buscan la protección de su hijo que sigue en Estados Unidos, no puede sentarse ni hincarse, aguantarà quizá –segùn estima- medio rosario, porque esperar hasta las seis y media de la tarde cuando el párroco llegue a cumplir su trabajo de dar misa es mucho tiempo, el cual ya no le sobra, a veces està tentada a cambiar de religión como Doña Carmita porque allà, Dios si le abre la puerta de su casa.